María Negroni
Editorial Bajo la luna- colección Poesía

Otro esplendor hubiera sido la historia
de un naufragio. Su Robinson narrar
en femenino sin dar el brazo a torcer
ni simular que Wellfleet o New London
indiferentes fragmentos de natura
le son. Pero aquella que —inglesa
intensidad— los faros de Islandia
iluminan, natural tendencia a
reducir experiencia a nota trágica
no puede dominar. Prefiere anclar
en rumias. En una línea de vocales
claras que a su mentor temprano
pudieran devolverla, a decisión
de Usía, al happy end
de lo archi conocido.

La juventud es una zona de catástrofes. La habían vivido en otro lado.
Al evocarse, se recordaban vehementes, pero no efusivos. Instalados
en un punto de quiebre, un nudo de instintos contrapuestos. Puro
desorden. Afectos altaneros y conatos. Unas ganas de todo. Cierta
incapacidad del corazón, enseñoreándose. Se veían allí desfigurados.
Embebidos en una imagen forzada de sí mismos, como quien teme
verse desbordado por lo que desea ser. El embate inicial del odio a
los intrusos no ha ocurrido ni la pobreza de implorar la tolerancia
o darla. Ni el gusto por lo turbio. Ni el recurso triste de preparar la
alegría. Todo es aún desastre en ciernes, esperanza. Mal digerido de
golpe, lealtad y amor propio con el mundo y disposición a sufrir, sin
alivios. La habían vivido en otro lado. Cuando el futuro era excesivo,
el pasado inocente, tanto que parecía múltiple…

Cada vez que emprenden su delirio central, un temporal se cierne, el
viento ruge. Van y vienen despeinados, el corazón tirante, los arreos.
Se suben a los barcos. Bajan. Meten los remos dentro, el timón a
estribor, cadenas, cordajes. Gritan. Calculan los confines del Ártico,
las gaviotas varadas, posibles escollos, el perfil de las costas, el des-
plazamiento de las ballenas. A veces, hasta circunnavegan la isla.
Tienen miedo de mirar el mar —las astas furiosas, revueltas— por
miedo de verse la emoción. No quisieran alejarse demasiado, no más
allá del cabo. (La tragedia es indulgente de sí misma.) Se limitan a
adivinarse en el alba, en la bruma, en la locura, el extravío.
A mantener pura su obsesión. Cuando todo haya acabado, se enterrarán
con los barcos…

Islandia

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María Negroni
Editorial Bajo la luna- colección Poesía

Otro esplendor hubiera sido la historia
de un naufragio. Su Robinson narrar
en femenino sin dar el brazo a torcer
ni simular que Wellfleet o New London
indiferentes fragmentos de natura
le son. Pero aquella que —inglesa
intensidad— los faros de Islandia
iluminan, natural tendencia a
reducir experiencia a nota trágica
no puede dominar. Prefiere anclar
en rumias. En una línea de vocales
claras que a su mentor temprano
pudieran devolverla, a decisión
de Usía, al happy end
de lo archi conocido.

La juventud es una zona de catástrofes. La habían vivido en otro lado.
Al evocarse, se recordaban vehementes, pero no efusivos. Instalados
en un punto de quiebre, un nudo de instintos contrapuestos. Puro
desorden. Afectos altaneros y conatos. Unas ganas de todo. Cierta
incapacidad del corazón, enseñoreándose. Se veían allí desfigurados.
Embebidos en una imagen forzada de sí mismos, como quien teme
verse desbordado por lo que desea ser. El embate inicial del odio a
los intrusos no ha ocurrido ni la pobreza de implorar la tolerancia
o darla. Ni el gusto por lo turbio. Ni el recurso triste de preparar la
alegría. Todo es aún desastre en ciernes, esperanza. Mal digerido de
golpe, lealtad y amor propio con el mundo y disposición a sufrir, sin
alivios. La habían vivido en otro lado. Cuando el futuro era excesivo,
el pasado inocente, tanto que parecía múltiple…

Cada vez que emprenden su delirio central, un temporal se cierne, el
viento ruge. Van y vienen despeinados, el corazón tirante, los arreos.
Se suben a los barcos. Bajan. Meten los remos dentro, el timón a
estribor, cadenas, cordajes. Gritan. Calculan los confines del Ártico,
las gaviotas varadas, posibles escollos, el perfil de las costas, el des-
plazamiento de las ballenas. A veces, hasta circunnavegan la isla.
Tienen miedo de mirar el mar —las astas furiosas, revueltas— por
miedo de verse la emoción. No quisieran alejarse demasiado, no más
allá del cabo. (La tragedia es indulgente de sí misma.) Se limitan a
adivinarse en el alba, en la bruma, en la locura, el extravío.
A mantener pura su obsesión. Cuando todo haya acabado, se enterrarán
con los barcos…