Walter Lezcano 
 Ilustración de tapa / Razz
Editorial Los Conejos

Los wachos que recorren los cuentos de Walter Lezcano están inmersos –y sumergidos- en una realidad hostil. Por más que se los vea en movimiento, buscando algo, tratando de cambiar de vida, salir de perdedores, la sensación que nos deja la lectura de estos cuentos es que la suerte está echada para ellos: esos pibes obsesionados con el porno, rebotando de casa en casa en las sucesivas mudanzas familiares, recibiendo palizas de otros pibes.  
Con una prosa áspera y veloz, Walter Lezcano, heredero del realismo sucio norteamericano, pero también de Roberto Arlt, de Bernardo Kordon, de Fabián Casas, nos involucra en la vida de sus personajes. El epígrafe de Roberto Bolaño que abre el volumen, de algún modo, abre también un posible mapa de lecturas: “Hay cosas que se pueden contar y cosas que no se pueden contar, piensa B., abatido. A  partir de ese momento él sabe que se está aproximando el desastre”. 
Esa sensación de desastre próximo, de que todo puede desbarrancarse en cualquier momento, nunca nos abandona durante la lectura de Los wachos. Pero tampoco nos abandona la certeza de que algunos de estos cuentos son de lectura imprescindible para pensar en la producción de la última década de la literatura argentina.

LOS WACHOS

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Walter Lezcano 
 Ilustración de tapa / Razz
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Los wachos que recorren los cuentos de Walter Lezcano están inmersos –y sumergidos- en una realidad hostil. Por más que se los vea en movimiento, buscando algo, tratando de cambiar de vida, salir de perdedores, la sensación que nos deja la lectura de estos cuentos es que la suerte está echada para ellos: esos pibes obsesionados con el porno, rebotando de casa en casa en las sucesivas mudanzas familiares, recibiendo palizas de otros pibes.  
Con una prosa áspera y veloz, Walter Lezcano, heredero del realismo sucio norteamericano, pero también de Roberto Arlt, de Bernardo Kordon, de Fabián Casas, nos involucra en la vida de sus personajes. El epígrafe de Roberto Bolaño que abre el volumen, de algún modo, abre también un posible mapa de lecturas: “Hay cosas que se pueden contar y cosas que no se pueden contar, piensa B., abatido. A  partir de ese momento él sabe que se está aproximando el desastre”. 
Esa sensación de desastre próximo, de que todo puede desbarrancarse en cualquier momento, nunca nos abandona durante la lectura de Los wachos. Pero tampoco nos abandona la certeza de que algunos de estos cuentos son de lectura imprescindible para pensar en la producción de la última década de la literatura argentina.