Julia Sarachu 
Gog & Magog

1. La llegada.
El barco había partido a las 20 hs del día 26 de julio del 2005 de Barcelona. Todos los pasajeros eran muy jóvenes, y viajaban en grupos, o al menos se agrupaban, conversaban porque con sólo mirarse se reconocían en una experiencia común: trabajar en la temporada de Ibiza. Llevaban ropas cómodas estilo hippie, bolsas de dormir, mate y hasta almohadas; ésa era la forma más barata de llegar hasta la isla, por 35 euros nos llevaba hacinados, pesado y lento a través de la noche sin luna del Mediterráneo. Yo no iba bien preparada. Casi por casualidad me encontraba en esa situación, y desconocía por completo los códigos. Mis jeans eran demasiado duros para soportar 13 horas de viaje contorsionada en una butaca inflexible. La campera no abrigaba lo suficiente. Adentro, el aire acondicionado sin control cortaba la circulación de la sangre de las extremidades; afuera, el viento frío del mar cuarteaba la piel. No pude dormir ni descansar. Cuando llegamos a las 9, la detención del movimiento, la suspensión del viento y el calor tibio del sol me reconfortaron un poco. Sin embargo caminaba como un zombi arrastrando la valija medio sin rumbo hipnotizada en el tumulto, seguí a la multitud...

Muñequitas rusas

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1. La llegada.
El barco había partido a las 20 hs del día 26 de julio del 2005 de Barcelona. Todos los pasajeros eran muy jóvenes, y viajaban en grupos, o al menos se agrupaban, conversaban porque con sólo mirarse se reconocían en una experiencia común: trabajar en la temporada de Ibiza. Llevaban ropas cómodas estilo hippie, bolsas de dormir, mate y hasta almohadas; ésa era la forma más barata de llegar hasta la isla, por 35 euros nos llevaba hacinados, pesado y lento a través de la noche sin luna del Mediterráneo. Yo no iba bien preparada. Casi por casualidad me encontraba en esa situación, y desconocía por completo los códigos. Mis jeans eran demasiado duros para soportar 13 horas de viaje contorsionada en una butaca inflexible. La campera no abrigaba lo suficiente. Adentro, el aire acondicionado sin control cortaba la circulación de la sangre de las extremidades; afuera, el viento frío del mar cuarteaba la piel. No pude dormir ni descansar. Cuando llegamos a las 9, la detención del movimiento, la suspensión del viento y el calor tibio del sol me reconfortaron un poco. Sin embargo caminaba como un zombi arrastrando la valija medio sin rumbo hipnotizada en el tumulto, seguí a la multitud...