Alejandro Rubio 
Gog & Magog 

Los mitristas


Bajo el imperio de un pensamiento ejecutivo
se irguió para los siglos esta alegoría de la patria
que viniendo desde el cabarute decadente,
aturdido y con cuatro copas de más,
el escéptico mira sin entender.
La América futura, ¿está opuesta o al lado
de la indígena? La constitucional,
¿sostiene una espiga o una espada?
Si no es que sostiene un libro
de Beatriz Guido. Capital provisional de la república,
la ciudad duerme amenazada; sus guardianes
están de francachela y el liberal
que se acerca desde el río sonríe con desprecio.
Como un sábalo que se pesca por ocio y se desecha
porque los frutos a conservar son otros,
trofeos de altura y líneas monumentales
pero no este mareo bípedo que dificultosamente
sube los escalones con cuidado senil,
el escéptico se siente ajeno, inútil,
extranjero y criminal. El mitrista
se ha detenido junto al cuenco
que central contiene el homenaje
a los caídos; baja la cabeza, parece meditar.
El otro alienta la esperanza vana
de que el efecto lo impresione
como a cualquier argentino con sangre;
pero las manos en los bolsillos, la mueca
que en la sombra se adivina de los labios
habituados a la lisonja y el sarcasmo
lo disuaden rápido y solo con su vergüenza
también, como las figuras que en un manual
de historia gesticulan convulsas por un lapso,
desea la toma, saqueo e incendio
de la urbe fenicia que comparten.

Rosario

Sin stock
Rosario
Compra protegida
Tus datos cuidados durante toda la compra.
Cambios y devoluciones
Si no te gusta, podés cambiarlo por otro o devolverlo.

Alejandro Rubio 
Gog & Magog 

Los mitristas


Bajo el imperio de un pensamiento ejecutivo
se irguió para los siglos esta alegoría de la patria
que viniendo desde el cabarute decadente,
aturdido y con cuatro copas de más,
el escéptico mira sin entender.
La América futura, ¿está opuesta o al lado
de la indígena? La constitucional,
¿sostiene una espiga o una espada?
Si no es que sostiene un libro
de Beatriz Guido. Capital provisional de la república,
la ciudad duerme amenazada; sus guardianes
están de francachela y el liberal
que se acerca desde el río sonríe con desprecio.
Como un sábalo que se pesca por ocio y se desecha
porque los frutos a conservar son otros,
trofeos de altura y líneas monumentales
pero no este mareo bípedo que dificultosamente
sube los escalones con cuidado senil,
el escéptico se siente ajeno, inútil,
extranjero y criminal. El mitrista
se ha detenido junto al cuenco
que central contiene el homenaje
a los caídos; baja la cabeza, parece meditar.
El otro alienta la esperanza vana
de que el efecto lo impresione
como a cualquier argentino con sangre;
pero las manos en los bolsillos, la mueca
que en la sombra se adivina de los labios
habituados a la lisonja y el sarcasmo
lo disuaden rápido y solo con su vergüenza
también, como las figuras que en un manual
de historia gesticulan convulsas por un lapso,
desea la toma, saqueo e incendio
de la urbe fenicia que comparten.