César Sodero
Alto Pogo -colección cuento

Los rusos
A fines del noventa y uno, un barco con veinte marineros
rusos atracó en el puerto de Sierra Grande. El fin de la Unión
Soviética los había sorprendido en mar argentino. Ya no tenían bandera ni permiso para seguir pescando. Fondearon en
una dársena. El gobierno argentino les prohibió pisar tierra
hasta que se resolviera el conflicto. Un grupo de prefectos
se encargaba de vigilar para que se cumpliera la orden. Los
rusos aprovechaban la luz del día para hacer trabajos de mantenimiento. Les gustaba musicalizar el ambiente con óperas
rimbombantes que reproducían la heroicidad del espíritu
eslavo. Los prefectos, acostumbrados a escuchar chamamé
y otros ritmos tradicionales del norte argentino, se sentían
intimidados por los contrapuntos musicales.


Los castigos
Sos un punto de luz en la oscuridad, le dijo el padre Hilario
mientras la tenía sentada en la falda. Nati no se animó a preguntar a qué se refería con eso de la luz y tampoco por qué
la mano del cura se deslizaba debajo de su pollera. Lo único
que sabía era que la palabra de Dios era incuestionable y
que las decisiones que tomaban sus representantes en la tierra estaban bendecidas por Él. Así que lo mejor era aceptar
lo que Hilario le estaba proponiendo como un aprendizaje para acercarse cada día más a una vida llena de virtudes,
como le recordaban cada mañana las monjas. 

SIERRA GRANDE

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César Sodero
Alto Pogo -colección cuento

Los rusos
A fines del noventa y uno, un barco con veinte marineros
rusos atracó en el puerto de Sierra Grande. El fin de la Unión
Soviética los había sorprendido en mar argentino. Ya no tenían bandera ni permiso para seguir pescando. Fondearon en
una dársena. El gobierno argentino les prohibió pisar tierra
hasta que se resolviera el conflicto. Un grupo de prefectos
se encargaba de vigilar para que se cumpliera la orden. Los
rusos aprovechaban la luz del día para hacer trabajos de mantenimiento. Les gustaba musicalizar el ambiente con óperas
rimbombantes que reproducían la heroicidad del espíritu
eslavo. Los prefectos, acostumbrados a escuchar chamamé
y otros ritmos tradicionales del norte argentino, se sentían
intimidados por los contrapuntos musicales.


Los castigos
Sos un punto de luz en la oscuridad, le dijo el padre Hilario
mientras la tenía sentada en la falda. Nati no se animó a preguntar a qué se refería con eso de la luz y tampoco por qué
la mano del cura se deslizaba debajo de su pollera. Lo único
que sabía era que la palabra de Dios era incuestionable y
que las decisiones que tomaban sus representantes en la tierra estaban bendecidas por Él. Así que lo mejor era aceptar
lo que Hilario le estaba proponiendo como un aprendizaje para acercarse cada día más a una vida llena de virtudes,
como le recordaban cada mañana las monjas.