“Soy una escritora que se leerá de aquí a cincuenta años para saber qué pasaba en el corazón de los argentinos de mi época”.

Por estas páginas, sabremos de Victoria Ocampo, una mujer única en su especie y en su género, protagonista de una historia imprevisible, fundadora de una revista excepcional, Sur, que ella empujó, según sus palabras, como una mula solitaria. Pero también dueña de una originalidad de estilo que hizo decir a Camus: “He pensado que sus mémoires constituirían una especie de monumento que testimoniaría sobre todo lo que hubo de grande en nuestro tiempo, y esto es una cosa excepcional. Y pensé al mismo tiempo que usted es una novelista o que lo sería admirablemente si solo se lo propusiera”. No es esta una novela, sino una galería de retratos inolvidables, desplegados como un filme en el que algunos de los personajes más decisivos del siglo XX se aproximan a nosotros para marcarnos con su cuerpo, su voz y su presencia extraordinaria, extraordinariamente retratados por una pluma ajena a toda moda u obsecuencia. Recuperar de la marea del olvido las ráfagas de su vitalidad genial, de su olfato portentoso, de su instinto memorable —“en realidad yo estaba sola, fabulosamente sola”— es tarea impostergable para una generación que se niega a seguir traicionándola. A pesar de ser aristocrática, bella e inteligente, fue, como dijo Gabriela Mistral, una escritora de intemperie y, acaso por eso mismo, acribillada desde la derecha hasta la izquierda en el paredón de la ingratitud.

“Pero yo no soy una escritora. Soy simplemente un ser humano en busca de expresión. Escribo porque no puedo impedírmelo, porque siento necesidad de ello y porque es mi única manera de comunicarme con algunos seres, conmigo misma. Mi única manera”.

Victoria. Paredón y después

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“Soy una escritora que se leerá de aquí a cincuenta años para saber qué pasaba en el corazón de los argentinos de mi época”.

Por estas páginas, sabremos de Victoria Ocampo, una mujer única en su especie y en su género, protagonista de una historia imprevisible, fundadora de una revista excepcional, Sur, que ella empujó, según sus palabras, como una mula solitaria. Pero también dueña de una originalidad de estilo que hizo decir a Camus: “He pensado que sus mémoires constituirían una especie de monumento que testimoniaría sobre todo lo que hubo de grande en nuestro tiempo, y esto es una cosa excepcional. Y pensé al mismo tiempo que usted es una novelista o que lo sería admirablemente si solo se lo propusiera”. No es esta una novela, sino una galería de retratos inolvidables, desplegados como un filme en el que algunos de los personajes más decisivos del siglo XX se aproximan a nosotros para marcarnos con su cuerpo, su voz y su presencia extraordinaria, extraordinariamente retratados por una pluma ajena a toda moda u obsecuencia. Recuperar de la marea del olvido las ráfagas de su vitalidad genial, de su olfato portentoso, de su instinto memorable —“en realidad yo estaba sola, fabulosamente sola”— es tarea impostergable para una generación que se niega a seguir traicionándola. A pesar de ser aristocrática, bella e inteligente, fue, como dijo Gabriela Mistral, una escritora de intemperie y, acaso por eso mismo, acribillada desde la derecha hasta la izquierda en el paredón de la ingratitud.

“Pero yo no soy una escritora. Soy simplemente un ser humano en busca de expresión. Escribo porque no puedo impedírmelo, porque siento necesidad de ello y porque es mi única manera de comunicarme con algunos seres, conmigo misma. Mi única manera”.